Con motivo del brote de enfermedad por COVID-19, la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos proporciona a través de su página web información al respecto de sus características, consejos y orientaciones. Como por ejemplo que mantengamos el distanciamiento social, es decir, «mantenga al menos 1 metro (3 pies) de distancia entre usted y las demás personas, particularmente entre aquellas que tosan, estornuden y tengan fiebre». Y en referencia al saludo, la OMS nos insta a que no lo hagamos con el saludo habitual de estrechar la mano, «es mejor saludar con un gesto de la mano, una inclinación de la cabeza o una reverencia».

Estas cuestiones han provocado numerosos comentarios y acciones hasta llegar a afirmar que el saludo indio, conocido como Namaste, evita el contagio por coronavirus. Y como ejemplo tenemos al príncipe Carlos de Inglaterra o al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quienes han adoptado este tradicional saludo en su actividad oficial.

Nos encontramos, por lo tanto, hablando desde el ámbito del protocolo social, más concretamente desde la cortesía que, recordemos es la «demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona», define la Real Academia Española (RAE).

Así también lo han visto diferentes comentaristas y tertulianos quienes hablan de la cortesía del coronavirus, ya que respetar las indicaciones de la OMS, señaladas anteriormente, nos lleva a tener en consideración a la otra persona poniendo todos los medios para evitar su contagio. Sobre el concepto de cortesía escribí una entrada en mi blog titulada «La cortesía es acto de servicio» que puedes leer pinchando aquí.

Pero yo creo que podemos ser algo más que corteses. Estoy convencida que podemos convertirnos en diplomáticos frente al coronavirus.

En junio del año 2011 el papa Benedicto XVI afirmó, ante los superiores y alumnos de la Academia Pontificia Eclesiástica, cuyo objetivo es preparar a los jóvenes eclesiásticos para el servicio diplomático de la Santa Sede, que las virtudes fundamentales de los diplomáticos son «la lealtad, la coherencia y una profunda humanidad».

Por lealtad se entiende (RAE) el «cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien». Con coherencia nos referimos a la «actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan». Y la humanidad es la «sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas».

Precisamente estas tres virtudes son las que tenemos que poner en práctica para frenar el contagio. Lealtad, acatar las indicaciones de las autoridades sanitarias y las normas aprobadas por nuestro Gobierno. Coherencia, actuar con perseverancia y sensatez. Humanidad, actuar en beneficio del prójimo.

Para finalizar este artículo, me gustaría transcribir un párrafo del libro Protocolo inteligente, de Félix Losada, que si no lo habéis leído os lo recomiendo. Las frases que quiero destacar están en consonancia con lo aportado hasta ahora: «Satow afirma no conocer ninguna otra profesión que “exija tanta negación de uno mismo, tanta disponibilidad al deber, tanta paciencia y, en ocasiones, tanto coraje. El embajador que cumple con los deberes de su cargo nunca muestra fatiga, tedio o disgusto. Se guarda para sí las emociones que experimenta, las tentaciones de flaquear que lo asaltan. Tiene que guardar silencio respecto a las amargas decepciones que sufre, así como ante los éxitos inesperados que a veces alcanza, pero que rara vez se le atribuyen. Aunque celoso de su dignidad, está constantemente atento a los demás, tiene cuidado de no enemistarse con nadie, nunca pierde su serenidad y, en ocasiones de crisis, cuando su trabajo es un asunto de guerra y paz, se muestra calmo, tranquilo y seguro del éxito”».

En estos días tan duros que estamos viviendo, no nos conformemos con practicar la imberbe cortesía, convirtámonos en herculanos diplomáticos.

Mª del Carmen Portugal Bueno