Tras la presentación del Libro de estilo del protocolo oficial y las relaciones institucionales en la Universidad de Murcia gracias al apoyo de la Asociación Española de Protocolo (AEP) en su delegación murciana cuya titular es Ana María Fernández, quiero, en primer lugar, mostrar públicamente mi agradecimiento y, en segundo lugar, quiero realizar una reflexión al respecto.

Las personas de mi generación hemos vivido el pontificado de San Juan Pablo II (1978-2005). Particularmente, en mi juventud sus enseñanzas las tuve muy presentes, tanto que a fecha de hoy siguen resonando en mi interior sus palabras, sobre todo aquel mítico, ¡No tengáis miedo!
Este mensaje, pronunciado en el año que comenzó su pontificado, ha dirigido mi vida y siempre intento tenerlo presente en todas mis acciones. La última vez en el seminario de protocolo organizado por la delegación de Murcia de la AEP.
En esta reunión especializada sobre el protocolo, a la que asistieron profesionales y estudiantes de esta materia, manifesté algunas directrices que considero claves para la organización de eventos, como, por ejemplo, quien organiza preside y la representación no otorga la precedencia del representado.
Estas afirmaciones, que no son propias sino aprendidas del Real Decreto 2099/1983, fueron objeto de interesantes comentarios y debate durante el seminario. Todos los presentes conocían estas reglas y todos mostraron su acuerdo con ellas.

Sin embargo, también manifestaron que estos artículos, el 4 y el 9 del real decreto, son difíciles de cumplir e incluso, a veces, inapropiados y contraproducentes. Dicho de otra manera, lo que es correcto en la teoría es incorrecto en la práctica.
Intentamos analizar los motivos de esta realidad y una de las conclusiones a las que llegamos es que esa incorrección no proviene de la normativa en si misma a aplicar en la ceremonia, sino de las autoridades participantes en los actos públicos no oficiales. Es decir, a determinadas autoridades, y en determinados eventos, se les concede unos privilegios que no les corresponde.
Esta realidad, vivida en primera persona, estoy convencida que viene motivada por el miedo a represalias, por el miedo a futuros contratiempos o por el miedo a no caer en gracia a la autoridad de turno. En definitiva, en ocasiones los profesionales del protocolo nos doblegamos ante el error para evitar un imaginario e hipotético mal mayor.
Ante esta realidad, asumida pero no aprobada, hay que aplicar el ¡No tengáis miedo! El profesional del protocolo debe ser valiente y no tomar decisiones cuyo detonante es el miedo. Una profesión avanza y adquiere identidad y personalidad propia gracias a los profesionales que actúan valientemente porque saben que la razón está con ellos.
Creo firmemente en ello y así se lo manifesté a las personas que me regalaron su tiempo en la presentación de mi libro. ¡Gracias!


Por Mª del Carmen Portugal Bueno