Una apreciada amiga y colega de profesión me envía el texto de un cartel que el dueño de un bar de Santoña expuso en la cristalera de su local. Reproduzco íntegramente el escrito:

Por favor. Rogamos a aquellos clientes que tengan a sus hijos asilvestrados y sin vacunar, los mantengan amarrados y con el bozal puesto mientras permanezcan en este local, de forma que no molesten al resto con carreras, empujones y gritos.

Están ustedes en un bar, no en un parque ni en un patio de recreo.

Entendemos que los niños son inquietos pero ustedes entiendan que los demás queremos estar tranquilos y no queremos padecer la escasa o nula educación de ALGUNOS padres, que sin el menor respeto hacia quienes les rodean, permiten descaradamente a sus hijos comportarse como animales.

Muchas gracias en nombre del resto de los clientes y del personal del establecimiento.

La lectura del primer párrafo de esta reivindicativa demanda puede llevarnos a pensar que el dueño del recinto hostelero ha formulado sus peticiones de una forma muy burda. Sin embargo, si seguimos leyendo nos daremos cuenta de los lícitos motivos que sustentan sus ruegos aún estando totalmente de acuerdo con ustedes en que las palabras elegidas no son las más apropiadas, he de reconocer que ha conseguido su objetivo, llamar la atención sobre este hecho que cada vez en mayor medida contemplamos y, lo que es peor, aceptamos con normalidad.

Cuántos de nosotros hemos padecido el desagradable comportamiento, por no llamarlo ofensivo y desconsiderado, de muchas niñas y niños ante la total e incomprensible indiferencia de sus progenitores, molestando gravemente a todos aquellos que habían decidido ocupar parte de su tiempo de ocio al noble arte de la conversación o a la loable afición a la lectura de un diario.

De acuerdo, como madre estoy totalmente de acuerdo que hay veces en las que el cansancio de largas e intensas jornadas de trabajo, la repetición de súplicas que no son tenidas en cuenta y la persistencia de nuestros hijos en su obstinada actitud en ocasiones nos vencen, eso sí, de forma transitoria, pero eso no es óbice para permitir que campen libremente a su antojo en espacios públicos en los que tienen que convivir con otras personas agotadas igualmente, que tienen como mínimo el mismo derecho que los ascendientes de tales indómitas criaturas a dedicar su valioso tiempo libre a disfrutar de las ocupaciones que más les plazcan.

Esforcémonos por convivir en armonía, conciliación y respeto teniendo siempre presente que los lugares públicos o los establecimientos de cara al público no son espacios en los que cada uno puede campar a sus anchas…

*Articulo publicado el 17 de Marzo de 2011 en RevistaProtocolo.comVer artículo