Ante el mal uso o las interpretaciones inapropiadas del término “protocolo”, parece que los profesionales de éste ámbito partimos con una gran desventaja a lo hora de definirnos, sin embargo, éste término puede llegar a ser la principal baza, el punto fuerte, para identificar a un grupo de profesionales cuyas competencias pueden coincidir o no con lo que estrictamente se entiende por organización de eventos. Si bien considero que no hay que desdeñar la palabra “eventos”, entre otras cosas para dar coherencia a las titulaciones oficiales que incluyen el término en su nomenclatura.

Esta sociedad en transformación requiere una adaptación de la universidad y una adecuación de la formación universitaria a las expectativas de la demanda social y del mercado laboral. El binomio formación-empleo debe llevar a la correspondencia entre la formación requerida por los puestos de trabajo y la formación aportada por los centros universitarios. En consecuencia, es necesaria una ordenación general del sector que defina y regule de forma clara y precisa el estatuto competencial para el título y la profesión que es la nuestra, propiciando una adecuación entre el currículo y el perfil de forma contextualizada.

Sin duda estamos ante un reto importante, por un lado hay una demanda laboral creciente de profesionales capacitados para organizar eventos y comunicar con ellos unos valores, una imagen o unos objetivos, sean éstos de índole oficial o empresarial, públicos o privados; y por otro lado, hay una ciencia, una disciplina jurídica que está presente al menos en cada acto, en cada evento, al que acuden autoridades del Estado y que, queramos o no, genera un tipo de comunicación y una estética, que revierte de forma consciente o inconsciente en el ámbito de lo privado.

La consabida transversalidad del protocolo transmite con una fuerza silenciosa y discreta, dichos valores, imagen y objetivos marcados en cada evento.  Una disciplina relativamente antigua, pero vigente, que atiende a una normativa y a unas costumbres, puede que en algún caso obsoletas, pero en ningún caso inexistentes ya que  se encarga fundamentalmente de regular la conducta humana, las relaciones sociales y el adecuado trato social.

Por eso, seguro que todos los que nos sentimos bajo el paraguas de esta profesión, queremos aportar un grano de arena para dar el lugar que corresponda e identifique cabalmente a los profesionales que conocen y aplican las normativas protocolares dentro de la organización integral de eventos, sean éstos promovidos por cualquier institución del Estado o por cualquier otra entidad no oficial. Un lugar que será otorgado a la profesión por parte de las instituciones y de la sociedad, cuando nosotros, los profesionales de protocolo, nos reconozcamos a nosotros mismos y podamos responder con propiedad a las preguntas de quiénes somos y hacia dónde queremos dirigirnos.

Catalina Barceló