El pasado jueves 15 de febrero, a propuesta de la Escuela de Hostelería y Turismo Máster Distancia, socio corporativo de la Asociación Española de Protocolo, tuvimos la oportunidad de exponer ante su alumnado algunas pinceladas acerca de los objetivos, finalidades y metas de la AEP así como de sus profesionales desde la perspectiva de la organización de celebraciones y banquetes.
Para ello, sin ninguna duda, era necesario adentrarnos en el concepto de “protocolo”, no tanto para definirlo, lo que dejamos para los especialistas, sino para sacar a la luz los inevitables ecos que resuenan en el inconsciente colectivo: cosas de casas reales y reyes…
Una respuesta fácil que, en alguna medida, cualquier profesional de protocolo desea higienizar y desempolvar ante su auditorio y mucho más cuando este enfoque generalista e irracional, en el sentido de impulsivo, poco meditado, está asociado al postureo, al esnobismo o a la sofisticación de la imagen o de la conducta.
Históricamente es cierto que la definición de “protocolo” ha estado enlazada a la Corte y sus cortesanos, pero su acepción actual está vinculada a la organización de eventos y, por lo tanto, también a la organización de celebraciones y banquetes y, desde este enfoque, vamos ponernos en la piel de un responsable de protocolo exponiendo los parámetros que éste aborda o se plantea en una organización de este tipo.
Sin embargo, nos parece interesante recordar que las reglas de protocolo comenzaron a ser objeto de la aspiración de la burguesía y de la naciente clase media en los siglos XVIII y XIX, en los que los manuales de cortesía y buenas maneras se convirtieron en éxitos editoriales y en la llave para alcanzar una posición social mejor.
Una disquisición social apoyada en factores ligados a la economía, a la autoridad, a la abundancia, al tipo de trabajo y al éxito en el desarrollo de la industria, las profesiones liberales, el comercio y a una nueva visión de la educación y de la cultura por parte de la sociedad.
Según los especialistas, la sofisticación había llegado al punto en el que había vajilla, cristalería y cubertería específica para distintos alimentos y demostrar el desconocimiento de su uso equivalía a ser una persona poco instruida. Por lo que saber comer y beber con urbanidad y buenas maneras marcaba una diferencia, un conocimiento y, demostrar las buenas dotes como anfitrión y como invitado, era una forma interesante de desplegar esa instrucción. En ello estaba implícito saber redactar una invitación, agradecerla o aceptarla por escrito, conocer los criterios para sentarse
adecuadamente en la mesa, qué tipo de conversación entablar, cuándo levantarse o cómo trinchar o servir los platos, entre otros muchos aspectos.
Antiguamente se hablaba más de Etiqueta y de Ceremonial para definir ese conjunto de reglas y formalidades, mientras que la palabra protocolo aparece como una evolución actualizada de esas dos primeras expresiones, probablemente en un intento de incluir en un solo término todos los significados.
Actualmente, los entendidos en la materia se afanan por encontrar una expresión que complete todo lo que representa hoy el Protocolo, por lo que hay que reconocer que existe una cierta ambigüedad de base y diversidad de criterios que propician el desconcierto entre los profanos y un debate interno en la profesión.
(Continuará…)
Catalina Barceló