Un 28 de febrero de hace 39 años, el pueblo andaluz acudió masivamente a las urnas para conquistar la Autonomía. Por ello cada año, el Día de Andalucía es un día de fiesta y de reivindicación, “un día grande, para homenajear al talento” en palabras del presidente Moreno.
A lo largo de la jornada se realizan fundamentalmente dos actos institucionales de máximo rango: el izado de bandera en el Parlamento de
Andalucía, previo al pleno institucional de la Cámara, y la entrega de las Medallas y los reconocimientos a los Hijos Predilectos con los que el Gobierno reconoce a distintas personalidades, empresas, trayectorias, y les otorga la máxima distinción.
Estas Medallas se crearon por Decreto 117/1985 estableciendo dos categorías, oro y plata. Más tarde, tras la aprobación del Decreto 32/1998 quedó modificada esta condición estableciendo una única categoría. Así, desde hace 34 años, tal y como publica el Boletín Oficial de la Junta, a iniciativa y propuesta de la consejería competente, este año la consejería de la Presidencia, Administración Pública e Interior, previa deliberación del Consejo de Gobierno se aprueba su concesión.
Este año, tras el cambio de Gobierno de la Junta de Andalucía, fruto de las pasadas elecciones autonómicas del 2 de diciembre tanto la regulación de la normativa como el diseño del propio acto o incluso la ciudad donde se celebra se anunció con cambios. Sin embargo, los plazos que establece la administración han marcado su ejecución dado que los contratos estaban tramitándose de oficio. No obstante, aunque los nuevos responsables ejecutivos del acto han contado con escaso margen de tiempo, sí que han querido dejar patente diferencias en su concepción y en parte de su desarrollo y secuencia.
Tras el oportuno control de seguridad, gran número de azafatas/os se acercaban a los invitados para comprobar las invitaciones y facilitarles, a través de la lectura con sus dispositivos de los códigos QR, información acerca del asiento que tenían asignados y pedirles que accedieran al mismo.
Acomodar a las casi 1800 personas, el aforo completo, que se dieron cita en el Teatro de la Maestranza no es sencillo y por ello se implicaron bastante en hacer pasar a todo el mundo hacia el interior y evitar, en la medida de lo posible, que los invitados se acomodaran en el hall.
El escenario, sobrio, sencillo y limpio, mostraba una mesa para la presidencia, butacas para las personas que recibían las distinciones y un
atril para el presentador. Junto a este se había colocado discretamente el teleprónter que ha servido para guiar al presidente en su discurso, para que resultara más natural. Las banderas, algunos adornos florales en forma de murales y un fondo con pantallas que proyectaban la imagen de los premiados constituían el total de la decoración.
El Gobierno, resto de autoridades e invitados estaban acomodados en el patio de butacas del teatro conforme a las precedencias regladas, si bien se han cuidado mucho de situar a las personas que más tarde han accedido al escenario para que los desplazamientos fueran más fáciles.
La gala comenzó con la entrada por el pasillo central de los premiados dándoles así un mayor protagonismo y realce. Y todo esto se realizó bajo la batuta de un maestro de ceremonias. En esta ocasión el secretario del Gobierno no dio lectura a los decretos de concesión de las Medallas y esto se sustituyó por la glosa que el presentador realizó de cada uno de ellos.
En algo más se ha distinguido este acto y ha sido en conseguir un carácter más cercano. Para ello ha procurado hacer extensivo el reconocimiento de entidades a todos los que formaban parte del colectivo, de la entidad y no se ha centrado únicamente en la persona que recogía la distinción. Con este criterio accedieron al escenario del Maestranza los trabajadores del Espacio Natural Doñana o los miembros que participaron en el dispositivo de rescate que hace unas semanas tuvo lugar en Totalán (Málaga) a quienes por cierto el Gobierno ha entregado más de una decena de Menciones Honoríficas.
Del mismo modo se pidió la presencia en el escenario de los hijos de José Luis García Palacios, distinguido como Hijo Predilecto a título póstumo, para que acompañaran a su madre y lo que más sorprendió, los miembros de la Comparsa “Antología de los cleriguillos” interpretando, junto al propio homenajeado, Antonio Martín, una pieza de Carnaval rompiendo así una tradición de sobriedad máxima escénica en el desarrollo de este tipo de actos.
Hay que decir que para que esto funcionara fue precisa una absoluta coordinación por parte de los responsables de Protocolo de este acto de modo que tanto estos llamamientos al escenario como la vuelta a sus asientos de origen se hicieran con total diligencia y limpieza de movimientos.
También se cuidaron otros detalles como evitar los silencios con música ambiental cuando hay movimientos de los protagonistas o cuando se producen los debidos posados fotográficos.
Pero como en todo, los actos cobran vida en las personas que participan y por ello, como organizadores no se puede dejar en manos de ninguna persona el control. En esta ocasión creo que el exceso de tuteo, la excesiva confianza, tararear canciones, los movimientos por el escenario y, algunas frases y expresiones utilizadas por el presentador, estaban fuera de lugar lo que ha desmerecido el acto y ha restado calidad al trabajo de organización realizado.
Los nombres de las personas que fueron distinguidas ya están inscritos en el registro, en el “Libro de Oro de Andalucía” y esta entrega también quedará registrada como la primera que se produce tras un cambio de Gobierno en la Comunidad Autónoma. Su impronta quería notarse y lo ha conseguido.
Siempre he pensado que el Protocolo Empresarial estaba ganando terreno al Institucional porque se atreve con eventos más originales y dinámicos. Y este paso que ha dado la Junta de Andalucía seguro que servirá para renovar este tipo de celebraciones. Pero una entrega de distinciones, que constituyen las de mayor relevancia institucional de la Comunidad Autónoma, aunque más amena, no puede dejar escapar de un control que le lleve a perder la solemnidad que corresponde al mérito que se reconoce, a las personalidades que se distinguen.
Es un equilibrio difícil, pero en eso consiste trabajar en Protocolo, unir todos los detalles para que los actos resulten perfectos y cumplan sus objetivos.
Por María José Flujas, Delegada AEP Andalucía