En el inicio del nuevo curso político, académico y profesional, se suelen prodigar las informaciones, las opiniones y los comentarios, sobre las actividades que, en breve, ocuparán nuestra atención y la actualidad en medios especializados y generalistas.

En este sentido, vuelve a ocupar sitio en las redes sociales, en blogs y web del sector, la polémica –que no debía ser tal- entre las cualidades, los aspectos diferenciadores y las posibles discrepancias que nacen del protocolo a aplicar en actos y relaciones institucionales, y las nuevas tendencias en la organización de eventos. Varios son los comentarios y reacciones que se han suscitado, en este sentido, tras la difusión de un extenso artículo sobre el tema que nos ocupa, que nace de la pluma de uno de los mejores profesionales del ámbito de la investigación, la docencia y la aplicación del protocolo en nuestro país que, sin duda, no ha pretendido más que arrojar de nuevo una opinión particular opinión sobre el futuro de nuestra profesión

La Asociación Española de Protocolo tiene, entre sus objetivos prioritarios, la defensa de nuestra profesión, de los valores que la inspiraron y de los nuevos caminos de desarrollo laboral y profesional a los que pueden dirigirse nuestros asociados. Y ese es, de nuevo, el punto de desencuentro que, lamentablemente, parece enfrentar dos corrientes que, en definitiva, defienden los mismos intereses: aquellos que ven en el protocolo, exclusivamente, ese conjunto de normas, disciplinas, tradiciones, costumbres y técnicas que concurren en la organización de un acto o un evento. Y los que, por contra, solo ven la aplicación de nuevas técnicas, acciones y desarrollos de una industria novedosa que navega entre las espectaculares y mediáticas puestas en escena y las nuevas apuestas empresariales en el campo de las relaciones públicas y la imagen.

Protocolo sigue siendo organización y comunicación. Es uno de los axiomas que barajamos los que tenemos como referente profesional esta asociación y no estamos dispuestos a ahondar la pequeña brecha que se abrió hace unos años entre la actividad que parte del sector público y oficial y la que se genera desde el sector privado. Las cifras y las estadísticas nos pueden dar una imagen errónea de la importancia o la influencia de cada actividad. Actos públicos, organizados desde una institución o entidad, revestidos de la oficialidad y el ceremonial que merecen y tratados desde las exigencias de comunicación que debe tener cualquier corporación, pueden no ser representativos en cuanto al número total de los organizados en nuestro país, pero su trascendencia puede ser crucial para armonizar las relaciones entre los ciudadanos y sus gobernantes. Al igual que un evento privado, cuyos planteamientos van en paralelo a la promoción publicitaria y a las relaciones públicas de las empresas, puede no responder a las expectativas creadas por la entidad organizadora en el público objetivo al que se dirige. O viceversa…

La Asociación Española de Protocolo, insistimos, tiene claras sus prioridades, que pasan inequívocamente por la defensa de los socios y por atender sus demandas en formación, asesoramiento, amparo jurídico, aportación de actividades… Eso no es óbice para seguir necesitando un amplio debate interno en la profesión, que es verdad que hemos tardado en plantear, pero que no debe pasar por separar estas dos formas de ver la organización de actos y eventos, dirigiendo los esfuerzos de todos en una misma dirección: aunar criterios, aprovechar las experiencias y las trayectorias de unos y el empuje y la imaginación de otros, y ofrecer una nueva realidad. Protocolo es organización de eventos y de actos, relaciones institucionales y ceremonial, escenografía y turismo de reuniones, incentivos y congresos… En eso estamos de acuerdo. Y en la necesidad de formarnos y formar a los que empiezan en las nuevas técnicas y disciplinas, también. Máxime cuando, gracias al trabajo de unos pocos, a veces poco reconocido, se ha alcanzado el reconocimiento académico y universitario para nuestra formación. Y estamos avanzando en otro reconocimiento profesional para quienes creemos en la necesidad de colegiarnos, de convertir nuestras asociaciones en el elemento corporativo que falta en la profesión, sin pensar en un lobby exclusivo sino mas bien en un lugar de encuentro y debate en el que se sigan defendiendo nuestros intereses.

No hay mala intención en las opiniones contrarias. Del debate ha de nacer el nuevo perfil del profesional, sin renunciar a nuestro marchamo protocolario, mejor preparados que quienes iniciaban esta andadura desde los primeros puestos en las instituciones y con un abanico más amplio en cuanto a futuras dedicaciones laborales. Pero siempre desde la unidad.

Aplaudimos a quien pone su capacidad, su experiencia y sus conocimientos al servicio de este debate, que deben liderar y propiciar desde el seno de la AEP, los propios profesionales. Pero henos de marcar los tiempos, aunque es cierto que el tiempo, como en todo, corre en contra nuestra.

Desde la AEP queremos, y debemos, ponernos manos la obra para provocar sanamente ese debate en la profesión, en el mundo académico y universitario, entre los profesionales. En ese compromiso común está nuestro futuro. No lo dinamitemos en algaradas particulares cuando unas siglas, AEP, y las personas que las respaldan, llevan más de dos décadas defendiendo el protocolo como una actividad que sabe acoplarse a los cambios, a los tiempos y a las exigencias que marcan cada momento histórico. Esas siglas son las que pueden aglutinar sensibilidades, opiniones y posturas para, unidos, afrontar ese futuro que ya ha llegado.