Cuando el protocolo es sometido a la tiranía de un objetivo, algo no está bien. Y cuando esta acción se intenta justificar desde el ámbito académico y profesional, algo no estamos haciendo bien. Tenemos un problema de base.

La excusa del uso de veinticuatro banderas en razón del mensaje del acto, ¿en qué posición queda el valor del símbolo oficial? En este contexto, la intencionalidad del acto supera a la autoridad del símbolo.

Esta subordinación del protocolo a la comunicación es una tara que estamos consintiendo tanto a nivel educativo como técnico. Evidentemente, el protocolo comunica. Nos comunica «su verdad» y no la del anfitrión de turno.

El protocolo oficial informa qué autoridad preside una ceremonia, por ejemplo. Esta precedencia debe marcarse siguiendo las normas, independientemente de los intereses del organizador del acto. Y actuar de esta manera no es arcaico ni intransigente, es actuar con deontología y ética.

El buen profesional es aquel que es leal al protocolo en sí mismo. Además, debe ser el garante de que los valores del protocolo en un acto se cumplen. El técnico de protocolo no puede consentir un «trato de favor» si nace del incumplimiento de alguna norma, al igual que no debe permitir lo contrario.

En protocolo, al igual que en otras profesiones, existen unas líneas rojas que no se deben cruzar. Y aunque no estemos de acuerdo con esas limitaciones, debemos cumplirlas y, a su vez, trabajar desde la honradez para cambiar lo que consideremos oportuno, siempre con la misión de dignificar nuestra profesión, aquella que tanto reivindicamos de cara a la sociedad.

Y esto es lo que intento, por activa y por pasiva, enseñar a mis alumnos. No todo vale. Mi empeño es convertirles no solamente en buenos profesionales sino, también, en profesionales buenos.

Mª del Carmen Portugal Bueno